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El 26 de abril de 1986 se produjo el accidente de la central nuclear de Chernóbil, es bien sabido por todos: el propio suceso así­ como las consecuencias posteriores han sido difundidas por la prensa de forma extensa desde entonces, más todaví­a cuando se conmemoró el vigésimo aniversario. Aun con todo, los efectos cotidianos, esos de andar por casa, familiares y continuos, son, como casi siempre en este tipo de noticias, completamente ignorados.

El accidente, sucedido en la república de Ucrania, entonces integrada en la Unión Soviética, afectó más a Bielorrusia que a la propia Ucrania, debido a los vientos con dirección norte que habí­a esos días.

Sarcófago de la central nuclear de Chernóbil

Hace ahora tres años nos sucedió en casa una historia curiosa que ha tenido unas consecuencias extraordinarias.

Pilar, mi mujer, estaba entonces haciendo un curso de tiempo libre en una Asociación (ANADE). Una mañana, tras las clases, pasó por delante de secretarí­a y oyó una conversación en la cual alguien expresaba su negativa a acoger a una niña bielorrusa por parecerle mayor.

Intrigada, preguntó qué era eso de bielorrusos en Zaragoza, y le informaron que ANADE traí­a unos 50 niños de ese paí­s del este con el fin de mejorar su salud, especialmente dañada por los todaví­a perjudiciales efectos de la nube radiactiva de Chernóbil. Al mismo tiempo le confirmaron que, efectivamente, una niña que esperaba ser acogida por una familia zaragozana, habí­a sido rechazada.

Pilar me llamó y acepté sin dudarlo: nos traíamos a casa a una niña de entonces 10 años.

Desde entonces, por tres años consecutivos, Alexia Pakhonova ha venido a casa. Desde el primer momento ha sido tratada (o al menos intentado) como una hija más, ni menos ni más, con las mismas obligaciones y privilegios que nuestros propios hijos.

Alexia es tí­mida pero agradable. Tiene un aspecto ciertamente soviético (mejor, exsoviético) y también algo del tópico de su carácter, pero es agradecida y simpática. Pasamos todos los años algunos dí­as de vacaciones juntos y va al campamento del Pirineo con nuestra hija mayor, Lucí­a. Disfrutamos, discutimos y se pelean, vamos, como todos.

Alexia en Zaragoza en 2006

Pero sabemos que para ella es bueno. Dicen que el mes y medio de verano que pasa con nosotros mejora su salud de forma importante (dicen que algunos años de vida). Lo cierto es que desde que vino por primera vez, hace 3 años, hasta ahora, su aspecto ha mejorado considerablemente.

Y además hay muchas cosas ciertas y no conocidas: como tantos en Bielorrusia, su madre sufre cáncer y el tema es delicado.

Hace dos años también trajimos a su hermano gemelo, Alosa. Fue estupendo aunque no hemos podido repetir pues ni la casa ni el tiempo de dedicación trabajando, nos lo permiten. Alosa es genial, con un humor impresionante, mucho más simpático.

Alexia con nosotros en 2006

De izda. a dcha.: Vara, yo, Ángel, Alosa, Lucí­a, Alexia y Pilar.

Alexia y Alosa son de Soligorsk, una ciudad media (unos 100.000 habitantes) a poco mas de 100 km. al sur de Minsk, la capital. Es una ciudad artificial, nacida hace unos 50 años de la nada, debido al descubrimiento de unas importantes minas de potasa. Toda la población vive de las minas y la empresa es fundamental en la ciudad.

Su familia es normal. No son huérfanos ni maltratados, todo lo contrario. Son en total tres hermanos (una mayor y los dos gemelos) y viven con sus padres. El nivel es medio y no les falta de nada. Su familia se ha comprado recientemente casa y coche y su vida es normal. Ese no es el problema para venir aquí, como ya he comentado. Tras un principio dudoso por nuestra parte (no conocí­amos nada de Bielorrusia, de su familia o de su estado), consideramos que Alexia viene de vacaciones y como tal actuamos. Todo es bastante fácil, hay que reconocerlo.

El primer año fue el más complicado: Alexia no sabí­a nada de castellano y tampoco inglés u otros idiomas. Sólo bielorruso y ruso (que son bastante parecidos). Gracias a traductores on-line y un pequeño diccionario nos entendíamos. Ahora sabe hablar muy bien, aunque debido a su timidez, habrí­a que decir que lo que mejor se le da es entender, ya que no habla mucho con nosotros (aunque sí­ con Ángel y Lucí­a, que son como hermanos de ella).


Me gustarí­a animaros a que participéis. Es una experiencia encantadora, fácil y muy grata. Se aprende mucho (aunque yo no he pasado de decir один, два, три, четыре -un, dos, tres, cuatro- en ruso) y, sobre todo, para nuestros hijos ha sido muy aleccionador y saludable.

Podéis informaros en ANADE, teléfono 976 274426. En su web tenéis más información de la acogida de niños bielorrusos, de lo sucedido en Chernóbil y de cómo colaborar. Si no, podéis contactar conmigo siempre que queráis.

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